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Viñeta a viñeta:
A veces uno habla y nadie lo escucha.
A veces uno habla en voz alta consigo mismo y alguien lo escucha.
A veces uno habla y recibe contestaciones no deseadas.
Todo el mundo tiene derecho a escribir, a dibujar, a comunicarse o a expresarse de algún modo.
Odio los juicios críticos sobre lo que es o no es arte, sobre lo que es o no es buena literatura, sobre cómo se debe vivir.
Odio los compartimentos estancos, las ideas predeterminadas y los prejuicios, el creerse en posesión de la verdad.
Este espacio es mío, es mi espacio de expresión, me gusta escribir y crear imágenes. Ni mis imágenes ni mis palabras son gran cosa, pero es lo que soy y quiero compartirlo con el mundo.
Necesito enriquecer mi vida con palabras e imágenes, tener algo en la cabeza, necesito este espacio de expansión.
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En primavera de 2015, en pleno momento de la maternidad en su estado más puro, se me ocurrió comprar un cuaderno de dibujo e intentar retomar las viejas vocaciones. Sin ser todavía consciente al estrenarlo de que, si todo lo que nos pasa deja una huella en nuestro arte, cómo no la iban a dejar la maternidad y los hijos. Tan pronto abrí el cuaderno y empecé a dibujar estas caras, acudió mi bebé a ayudarme. Una huella muy explícita, pues estas viñetas también son de él. Era de las primeras veces que cogía un lápiz, que se manchaba con las acuarelas y las pinturas de dedos. Para mí era también casi como una primera vez después de muchos años de vocación postergada por la maternidad. Gracias H., por tus trazos primigenios y tus aguadas sin miedo.